Bueno, ahí lo tenés: el Banco Central tiene un déficit de 1.600 millones de dólares. Sí, más agujeros que una camiseta vieja. Dicen que la cosa está complicada, y las alarmas no paran de sonar porque no hay manera de tapar el desastre. Es como querer parar una inundación con un balde roto, ¿me entendés?
Parece que los dólares se van volando más rápido que el delivery cuando llega la propina. Entre importaciones, pagos de deuda y los dólares que desaparecen en las cuevas, no queda un mango verde para los gastos de la casa. Y encima tienen que seguir metiéndole a los pagos del FMI, como si fuera la tarjeta de crédito que ya sabés que no vas a terminar de pagar nunca.
El gobierno salió a decir que están “controlando la situación”. Claro, controlando como el que te dice “todo tranqui” mientras le tiembla el ojo. La realidad es que el BCRA no sabe de dónde sacar más guita. ¿Van a imprimir más billetes? ¿Pedir prestado otra vez? Lo que queda claro es que la soga está cada vez más corta y el nudo más apretado.
Mientras tanto, vos seguís haciendo malabares con tu sueldo para que te alcance para la leche, el pan y, si queda algo, una lata de cerveza barata. Porque los grandes números de los que hablan en la tele no bajan al barrio. Acá, lo que importa es que las cosas suben de precio todos los días y los billetes ya no sirven ni para hacer un avión de papel.
En fin, el BCRA está en llamas y parece que no hay bombero que apague esto. Mientras tanto, nosotros seguimos remándola con el agua hasta el cuello. ¡Qué país, por favor!